creatividad y cooperacion
Acá la gente vive sin luz
eléctrica, sin alcantarillado ni agua potable. No usan dinero, no tienen empleo
ni profesión. No miden el tiempo, no usan reloj, no usan metros ni reglas. No
hay propiedad privada, no hay institución. Acá la vida es simple: si tienes
sueño duermes, si estas aburrido juegas. Saben cómo se pueden alimentar, curar
y proteger. Desconocen los límites, las buenas costumbres y los zapatos. No
necesitan dioses, leyes o másteres. Las necesidades que tienen las satisfacen
de manera casi obvia: el mar y la tierra son su supermercado y con los árboles
del bosque construyen sus casas.
Esta comunidad busca
progresar. Pero para ellos el progreso se logra a partir del enriquecimiento
personal. Un enriquecimiento que no tiene que ver con el dinero sino con el
ocio, la técnica, el juego y la posibilidad de compartir. Decidimos ser parte
del proyecto, entendiendo que la manera de resolver los problemas es directa,
sin intermediarios. No se trata de trabajar: para hacer dinero: para contratar
a alguien: que compre algo: que satisfaga mi hambre. Se trata de entender la
vida, y resolver mis necesidades con los recursos que tengo: mi mente y mi
cuerpo.
Con materiales de
dimensiones siempre variables, con la misma herramienta con la que pescan o
cultivan tierra, con mano de obra hábil y fuerte que no entiende la exactitud
como centímetro, con el apoyo de voluntarios citadinos con centímetros en la
cabeza pero no en las manos, y en un terreno concreto de límites difusos:
estaba claro que el proyecto prescindiría de levantamientos topográficos, no
necesitaba Autocad ni Neufert.
El dinero solo es un
recurso más, igual que los recursos humanos o naturales. Un sistema simple de
mínima complejidad, capaz de adaptarse a las impredecibles variables que guarda
el terreno, la mano de obra y el material; permite que el diseño y las
decisiones se discutan en obra.
En la construcción cada
persona encuentra una tarea preferida y casi involuntariamente se vuelve bueno.
Inicia un proceso de perfeccionamiento de la técnica que provoca especialistas
en actividades particulares y optimiza procesos. Por último la transferencia de
conocimiento a otra persona es lo que termina por enriquecer el equipo. Las
posibilidades del sistema permiten detener el crecimiento del edificio cuando
el equipo lo considere necesario.
La jornada de
construcción es una semana. La meta es cimentar en colectivo un proceso lógico
de construcción y entender los alcances del sistema. Conseguido esto se puede
dar por terminado el trabajo cualquier momento. Dejamos que sea el tiempo el
que decida hasta donde avanzaremos.
El lugar se habita
pronto. Es necesario empezar con las actividades para definir, de manera clara,
si alguna de ellas no tiene un lugar en lo construido o si alguna de ellas
requiere adecuaciones. Los límites habitables son difusos: el almacenaje está
suspendido, un niño se escurre en una esquina y la transforma, el interior y el
exterior no están definidos.
Nos despedimos y al
volver encontramos apropiaciones del espacio por parte de la comunidad: una
nueva etapa construida, pisos de madera y nuevas paredes. Las piezas de
cerámica que la gente encontraba en los alrededores, cuelgan de repisas
adaptadas a las paredes inclinadas, a manera de museo que recuerda las culturas
pasadas.
En la escuela Nueva Esperanza, la nave espacial, los niños aprenden a volar apoyándose en el
colectivo, vuelan hacia el conocimiento abstracto: hacia otros mundos. Ahora es
tiempo de que vuelen solos y hacia actividades concretas y tangibles. La nave
los ha transportado hasta un punto donde ahora lo que necesitan son plataformas
de despegue individual. Plataformas que les permitan despegar a cada uno hacia
música, carpintería o los aviones (a Juan, un niño de la escuela, le apasionan
los aviones, los ha estudiado mucho, actualmente arma modelos en balsa). Al
despegar ellos se convertirán en naves que transporten su conocimiento y
riqueza individual hacia su comunidad inmediata y al mundo.